25 de marzo de 2014

EL MILITAR, EL COMUNISTA Y EL ARRIBISTA

Loas, loas y más loas a Adolfo Suárez. Supongo que es normal: no seré yo quien le critique por converso. Tampoco creo que se sintiera especialmente falangista en 1975, ni especialmente demócrata en 1977, cuando a pesar de ello ganó las primeras elecciones democráticas en España desde 1936. Adolfo Suárez era simplemente un arribista. Un oportunista. Un trepa. Pero eso no quiere decir que no fuera un líder carismático, y uno de los pocos estadistas que ha gobernado este país.

Se lo montó como pudo, y no lo hizo mal del todo. Una cosa es que el modelo del 78 esté anquilosado y otra muy distinta es que se pudiera haber hecho mucho mejor. ¡Joder! Que en once meses desmontó una dictadura de casi 40 años y convirtió al país en una democracia homologable a las occidentales. No está nada mal…

Sin embargo, abandonar la dictadura era una necesidad histórica. Si él no hubiera pilotado el proceso, lo habría hecho otro cualquiera. Por eso, como ciudadano español, lo que yo más le agradezco a Adolfo Suárez es su actitud durante el 23 de febrero de 1981. Todos lo hemos visto mil veces: un señor bizco, con bigote y tricornio, entra pistola en mano en el Congreso de los Diputados. Era la enésima vez. Era la enésima ópera bufa. Era la enésima vergüenza. Pero hubo tres personas, las tres ya fallecidas, que salvaron la poca dignidad que le quedaba a la Nación. Un militar, un comunista y un arribista.

El primero era el general Gutiérrez Mellado, por entonces vicepresidente del Gobierno. Se encabronó bastante cuando vio entrar a Tejero en escena, porque sabía de qué iba aquello... pero no le tenía miedo. Sabía lo que era jugarse el tipo, y cuatro picoletos no le iban a amedrentar. Se encaró con ellos, empezaron a pegar tiros, y el general, impasible, esperó con los brazos en jarra a que dejaran de hacer el gilipollas. En cuanto al segundo, debía estar acojonado. También sabía lo que era jugarse el tipo, pero era evidente que si aquello triunfaba le iban a fusilar el primero. Así que también le echó coraje, y no se tiró al suelo. No tanto honor como pundonor, aunque sin duda también se lo agradezco. Sin embargo, para mí, el héroe fue el tercero. El arribista. El oportunista. El trepa. No creo que nunca le hubieran encañonado con una pistola, pero tuvo los cojones de ir a su escaño a sentarse bien erguido, mientras el resto de la soberanía nacional se cagaba en los pantalones. Y dicho sea de paso, mientras el resto del pueblo español, comenzando por los sindicatos y los partidos de izquierdas, hacían lo mismo…

Yo le agradezco, señor Suárez, que aquella noche se mantuviera usted firme.

Requiescat in pace.