27 de octubre de 2014

ENEMIGOS DEL ESTADO

Hace semanas que se me viene a la cabeza el concepto de proscribir, procedente de las luchas políticas que se produjeron en la Antigua Roma. Y con ello, se me viene también a la cabeza el personaje histórico de Lucio Cornelio Sila, quien tras entrar en Roma decidió ejecutar e incautarse de los bienes de todos sus enemigos políticos. Para ello elaboró unas listas negras de proscritos o enemigos del Estado, llevándose la friolera de 3000 vidas por delante.


No puedo negar que Sila fuese un dictador cruel y sanguinario para los estándares morales de cualquier sociedad civilizada. La comparación que quiero establecer resulta anacrónica y, seguramente, está sacada de contexto. Y lo que sin duda es peor, puede parecer que trato de evocar acontecimientos mucho más recientes en el tiempo, e incomparablemente más bárbaros desde el punto de vista cualitativo y cuantitativo. Sin embargo, en estos días en los que el Estado de Derecho parece no funcionar, nada me resultaría más atractivo que la imagen de un ciudadano anónimo clavando una lista de proscritos en las puertas del Congreso de los Diputados, para denunciar de la manera más simbólica este terror de la corrupción que hemos vivido en España. Todas estas personas, aparte de corruptos, ladrones y prevaricadores, son unos traidores. Creo vehementemente que han cometido un delito de lesa patria, y que también deberían ser juzgados por ello. Porque la patria no es decir "¡Viva España!". La patria somos los ciudadanos españoles, libres e iguales, con nuestros derechos y obligaciones... y ellos nos han traicionado a todos...

Esta es mi lista  de enemigos del Estado. Está en construcción, se aceptan sugerencias.


Bárcenas Gutiérrez, José Luis
Blesa de la Parra, Miguel
de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, Juan Carlos
de Borbón y Grecia, Cristina
Botín Sanz de Sautuola García de los Ríos, Emilio
Calatrava Valls, Santiago
Castedo Ramos, Sonia
Correa Sánchez, Francisco
Cotino Ferrer, Juan Gabriel
Díaz Ferrán, Gerardo
Fabra Carreras, Carlos
Fernández Álvarez, Arturo
Granados Lerena, Francisco
Matas Palou, Jaume
Mato Adrover, Ana
Moral Santín, José Antonio
Pujol i Ferrusola, Jordi
Pujol i Ferrusola, Oleguer
Pujol i Ferrusola, Oriol
Pujol i Soley, Jordi
Rato Figaredo, Rodrigo
Sánchez Barcoj, Ildefonso
Spottorno Díaz-Caro, Rafael
Trias i Vidal de Llobatera, Xavier
Urdangarin Liebaert, Iñaki

25 de marzo de 2014

EL MILITAR, EL COMUNISTA Y EL ARRIBISTA

Loas, loas y más loas a Adolfo Suárez. Supongo que es normal: no seré yo quien le critique por converso. Tampoco creo que se sintiera especialmente falangista en 1975, ni especialmente demócrata en 1977, cuando a pesar de ello ganó las primeras elecciones democráticas en España desde 1936. Adolfo Suárez era simplemente un arribista. Un oportunista. Un trepa. Pero eso no quiere decir que no fuera un líder carismático, y uno de los pocos estadistas que ha gobernado este país.

Se lo montó como pudo, y no lo hizo mal del todo. Una cosa es que el modelo del 78 esté anquilosado y otra muy distinta es que se pudiera haber hecho mucho mejor. ¡Joder! Que en once meses desmontó una dictadura de casi 40 años y convirtió al país en una democracia homologable a las occidentales. No está nada mal…

Sin embargo, abandonar la dictadura era una necesidad histórica. Si él no hubiera pilotado el proceso, lo habría hecho otro cualquiera. Por eso, como ciudadano español, lo que yo más le agradezco a Adolfo Suárez es su actitud durante el 23 de febrero de 1981. Todos lo hemos visto mil veces: un señor bizco, con bigote y tricornio, entra pistola en mano en el Congreso de los Diputados. Era la enésima vez. Era la enésima ópera bufa. Era la enésima vergüenza. Pero hubo tres personas, las tres ya fallecidas, que salvaron la poca dignidad que le quedaba a la Nación. Un militar, un comunista y un arribista.

El primero era el general Gutiérrez Mellado, por entonces vicepresidente del Gobierno. Se encabronó bastante cuando vio entrar a Tejero en escena, porque sabía de qué iba aquello... pero no le tenía miedo. Sabía lo que era jugarse el tipo, y cuatro picoletos no le iban a amedrentar. Se encaró con ellos, empezaron a pegar tiros, y el general, impasible, esperó con los brazos en jarra a que dejaran de hacer el gilipollas. En cuanto al segundo, debía estar acojonado. También sabía lo que era jugarse el tipo, pero era evidente que si aquello triunfaba le iban a fusilar el primero. Así que también le echó coraje, y no se tiró al suelo. No tanto honor como pundonor, aunque sin duda también se lo agradezco. Sin embargo, para mí, el héroe fue el tercero. El arribista. El oportunista. El trepa. No creo que nunca le hubieran encañonado con una pistola, pero tuvo los cojones de ir a su escaño a sentarse bien erguido, mientras el resto de la soberanía nacional se cagaba en los pantalones. Y dicho sea de paso, mientras el resto del pueblo español, comenzando por los sindicatos y los partidos de izquierdas, hacían lo mismo…

Yo le agradezco, señor Suárez, que aquella noche se mantuviera usted firme.

Requiescat in pace.

2 de agosto de 2013

FIN DE LA CITA

No soy partidario de sacar a relucir constantemente las peculiaridades sociales, políticas y económicas de España como ejemplo de nuestra supuesta y irresoluble anormalidad: la historia contemporánea nacional sólo ha presentado una gran anomalía insalvable respecto a los patrones europeos, y esta fue la dictadura del general Franco. Ni antes, ni mucho menos después, las divergencias con Europa fueron tan acusadas como se cree popularmente.

Sin embargo, debo reconocer que nuestra cultura política vigente es bastante particular en comparación con los estándares de las democracias más asentadas del mundo occidental. La negativa de Mariano Rajoy a dimitir por el caso Bárcenas es el ejemplo paradigmático de cuanto estoy diciendo.

No sabría determinar si dicha singularidad es consecuencia de nuestro irrenunciable carácter latino, del todavía pesado recuerdo del régimen franquista o del imperfecto modelo constitucional. Lo que sí querría destacar es cómo en España, a diferencia de lo que sucede en otros países de mayor tradición democrática, no distinguimos con claridad entre responsabilidades penales y responsabilidades políticas. Digo más: la cultura política española ha llegado al punto de subsumir el concepto de responsabilidad política dentro del concepto de responsabilidad penal. Es decir, que aquí ningún dirigente político asume sus responsabilidades hasta que no lo decide un magistrado. Y esto, que ya me parece suficientemente lamentable, llega a ser francamente peligroso cuando los jueces cuentan con tan poca independencia respecto del poder político. Véase el caso de la filiación partidista del Presidente del Tribunal Constitucional, que en cualquier otro lugar sería escandalosa.

La sesión parlamentaria de ayer puso de manifiesto una triste realidad: la existencia innegable de una serie de deficiencias democráticas difícilmente corregibles que anulan la legitimidad no sólo del Gobierno actual, que carece de ella desde su formación; sino del Régimen del 78 en su conjunto.

19 de julio de 2013

LA SUBIDA DE TASAS

Nuevo subidón de un 20% de media de las tasas universitarias, aprobado por decreto por el Gobierno de la Comunidad de Madrid. En el caso de la FP de Grado Superior, pasarán de 180 a 400€. ¿Con qué excusa? Rebajar el déficit. Sin embargo, yo no creo que se trate de un mero ajuste presupuestario, sino de una estrategia muchísimo más perversa.

El Partido Popular de la Comunidad de Madrid es, todos lo sabemos, la avanzadilla ideológica neoliberal de la derecha española. Y resulta que en su concepción de la sociedad no encaja que las clases populares deban estudiar. Esto no es demagogia barata: un ciudadano que se ha formado en la universidad, haga la carrera que haga, suele ser por definición un ciudadano más libre, más consciente y más crítico con sus gobernantes. ¡Y eso no les interesa, porque lo que ellos están buscando es una sociedad alienada! Quieren salarios de hambre y los mínimos derechos sociales y laborales posibles. Si un joven no estudia, pero tampoco tiene ni la más precaria oportunidad laboral, ¿qué le queda? Pues, básicamente, le queda el sofá y la televisión. De manera consciente, están ampliando la base social de un nuevo lumpenproletariado que, desgraciadamente, tiene bastante más de lumpen que de proletariado.

Para mí el único Estado que merece la pena es el que busca el bienestar de sus ciudadanos a través de la redistribución de la riqueza. Por consiguiente, el Estado, en un periodo de crisis económica y paro juvenil brutal, no sólo no debe dificultar el acceso a la formación de los jóvenes, sino que debería estar obligado a sufragarla completamente. Eso sí que sería una estrategia moralmente lícita...

15 de julio de 2013

LA NECESIDAD DE DEBATIR

La semana pasada tuve ocasión de charlar sobre muy diversos asuntos y con personas muy diferentes, alcanzando un resultado francamente enriquecedor. Sin embargo, me pareció curioso comprobar cómo la gente, cuando tiene posiciones ideológicas encontradas, suele tender a rehuir el debate. El paradigma de aquello me pareció un chico vasco y euskaldun que se mostraba orgulloso de estudiar a Herri Batasuna y visitar etarras encarcelados, y luego daba pie a silencios incómodos cuando pedías información sobre su visión de la realidad social vasca, que tan mediatizada nos llega al resto de España.

En mi opinión, de aquella curiosidad insatisfecha sólo puede nacer más incomprensión, más frustración e, inevitablemente, mayor recelo y mayor conflicto. Y dicho esto, yo me pregunto: ¿Cuánta confianza hace falta tener con alguien para poder hablar, libremente, sobre cualquier asunto político? El conflicto vasco, evidentemente, no está resuelto. Pero ahora que han callado las pistolas, ¿cómo podemos buscar soluciones si la gente de a pie teme expresarse con total libertad?

Creo que hay que desterrar de la sociedad el infame argumento de "¿para qué vamos a hablar si no nos vamos a convencer?". El proselitismo es una actitud legítima, pero nunca debería ser el único objetivo del debate político. Explicar motivos, intercambiar ideas, comprender razones ajenas, empatizar con el contrario y ver las cosas desde su punto de vista. ¡De eso se trata!